Varg, el Draugr de Skoll

En los días en que el mar era la frontera de los ambiciosos, un guerrero surcaba las aguas con su tripulación, más sediento de riquezas que de gloria. Su avaricia no tenía igual; atesoraba oro y joyas como un dragón sobre su montaña de tesoros, acumulando botines no solo por placer, sino por una necesidad insaciable de poseer más que cualquier otro. No combatía por reinos ni por dioses, solo por la promesa del saqueo y el dominio sobre aquello que otros llamaban sagrado.

Pero la codicia es un peso que pocos pueden cargar sin sucumbir a ella. Engañado por quienes envidiaban su poder, fue atraído hasta una embarcación abandonada, un navío envuelto en historias de maldiciones antiguas. Se decía que aquellos que ponían un pie en su cubierta jamás regresaban, devorados por un ser condenado que jamás encontraría descanso.

Cuando Varg comprendió la trampa, ya era demasiado tarde. De las sombras emergió el verdadero dueño de la nave: un vampiro viejo, una criatura que había pasado siglos acumulando riquezas y cuerpos como trofeos. No era un espíritu errante ni un castigo de los dioses, sino un depredador que compartía su misma codicia, pero en una forma mucho más perversa.

Varg luchó con la furia de un guerrero sin amo. Su acero brilló en la oscuridad, hiriendo a la criatura, pero la batalla estaba perdida antes de comenzar. Fue vencido y drenado, arrancado de su vida mortal y condenado a una existencia en la que nunca podría volver a sentir el calor del sol ni el éxtasis de la victoria.

Pero su voluntad no se rompió. Donde otros habrían sucumbido a la servidumbre, Varg esperó. Fingió obediencia, ocultó su odio y, cuando su Sire bajó la guardia, lo destruyó en su letargo, quebrando sus cadenas con sangre y astucia.

Liberado, pero transformado en algo más, Varg volvió a buscar a quienes le tendieron la trampa. No los mató. Los convirtió, pero no en guerreros, sino en bestias sin mente, esclavos de su voluntad y de su nuevo propósito. Su avaricia de antaño se había convertido en un hambre diferente: la búsqueda de las Reliquias de la Sangre, artefactos prohibidos que, según las leyendas, contenían la esencia del primer vampiro.

No era fe lo que lo movía. No era devoción. Solo quería saber si las leyendas eran ciertas. Quería desafiar la historia y desenterrar los secretos de aquellos que se creían intocables. Si su existencia era una maldición, entonces él decidiría el final de su propia historia… y, quizás, el de todos los de su especie.