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Kai

 
 

Kai, bastardo de la deshonra

Durante el periodo Edo, la época de aislamiento de Japón, nació un bebé mestizo fruto profano de un marino holandés y una campesina japonesa.  La mujer falleció en el alumbramiento y el pequeño fue puesto a disposición del daimyō (señor feudal), pues las leyes decretaban la erradicación de los extranjeros y su influencia que corrompía las tradiciones y el linaje del pueblo nipón; sin embargo, cautivado y enternecido, adoptó en secreto al recién nacido, nombrándolo Kai.

Durante su niñez, Kai creció recluido en la mansión de su padre, interactuando sólo con un puñado de trabajadoras encargadas de su cuidado; pero la curiosidad infantil lo motivó a escabullirse constantemente para explorar. En una de esas escapadas, aprendió por la mala que era diferente: al acercarse a un grupo de niños, éstos lo repudiaron, golpearon e insultaron llamándolo peste, animal y demonio. Tras este incidente, su padre fue más estricto con su reclusión, pero también lo motivó a mejorar su crianza para que pudiese sobrevivir en una sociedad que siempre lo rechazaría.

A los 10 años fue presentado al maestro del dojo samurai local quien, por órden del daimyō, lo instruyó en privado en la senda del bushido. Aunque sus habilidades no superaban el promedio, y su imprudencia le jugaba en contra, estaba determinado a honrar los esfuerzos de su padre y probarle su valía, lo que alimentó su perseverancia que ya era destacable.

Entrando a la edad adulta, y habiéndose consumado como un hábil guerrero, llegó el momento que marcaría el resto de su vida: el shōgun Iemitsu Tokugawa visitaría los territorios de su padre y se preparó un espectáculo en su honor, lo que Kai percibió como una oportunidad de mostrar a su padre los frutos de su educación. Como parte del espectáculo habría un combate de exhibición, por lo que Kai, en secreto, reemplazó a uno de los guerreros que se presentarían; sin embargo, su imprudencia le jugaría en contra una vez más. Usando una máscara de demonio Oni para ocultarse, combatió incansable contra su rival, saliendo victorioso gracias a su perseverancia; pero, cuando el shōgun exigió la vida del guerrero derrotado, Kai no fue capaz de tomarla, lo que dió oportunidad a su rival para asestar un golpe que dañaría más que su cuerpo: con un corte certero, la máscara de Kai caería al suelo, revelando su rostro mestizo.

Descubierto y deshonrado, Kai no tuvo más opción que entregar su vida al shōgun Tokugawa, dispuesto a aceptar las consecuencias de su falta; sin embargo, la afrenta a su autoridad no fue cometida por Kai, sino por su padre, el daimyō, quien crió a un descendiente de extranjeros en secreto. La condena era clara, y Kai lo sabía: su padre debía morir inmediatamente por seppuku en presencia del shōgun, lo que intentó evitar ofreciendo su vida en su lugar; sin embargo su padre lo detuvo, aceptando el veredicto. Kai, devastado, cuestionó la decisión de su padre, quien le explicó que lo hacía para darle tiempo de huir, y que ya había elegido ese destino el día que adoptó a este pequeño mestizo. Con lágrimas nublando su vista Kai se apartó de su padre, y al dar media vuelta escuchó sus últimas palabras: “vive y busca tu propósito”... Y así lo hizo.

Kai huyó de Japón, sin rumbo, aceptando trabajos como mercenario para poder sobrevivir, merodeando entre pueblos y ayudando a aquellos en necesidad, esperando el momento en que su propósito sea revelado.

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