Astaroth, una vez un ángel brillante en el Paraíso, se sintió atrapado por la monotonía de su existencia celestial. En su eterna vida, los días se repetían como ecos vacíos, y su alma comenzó a sentir el peso de un destino predeterminado que ya no deseaba seguir. La idea de libertad lo cautivó, pero la libertad en su forma más pura: la libertad de elegir, de ser dueño de su propio destino. Así, decidió abandonar el Paraíso, exiliándose al mundo mortal de Lumenoth.
El exilio fue doloroso. Astaroth perdió gran parte de sus poderes divinos, pero no todo. Conservaba la capacidad de abrir portales blancos, brechas en el tejido de la realidad, que solo los seres divinos podían atravesar. Con este don limitado, Astaroth se adentró en el mundo mortal, buscando un propósito. Fue entonces cuando se unió a un grupo de humanos, en busca de alguna misión que lo guiara. En ellos encontró algo que nunca pensó hallar: una conexión genuina.
En este grupo conoció a su maestro, un hombre sabio y fuerte, que lo entrenó en el arte de la guerra y lo enseñó a entender la naturaleza del conflicto. A lo largo de los años, Astaroth aprendió de él, admirando su sabiduría y generosidad. Pero todo cambió cuando su maestro fue emboscado por bandidos en una misión. Astaroth, movido por el deseo de venganza, desató su poder en una furia cegadora. Cuando finalmente encontró a su maestro, este ya se encontraba al borde de la muerte. En sus últimos momentos, el maestro entregó a Astaroth un escudo con un nombre inscrito: Baal. Astaroth, cegado por el dolor, interpretó que el nombre en el escudo era el del asesino de su maestro.
La tristeza y la rabia consumieron su alma, y en el abismo de su venganza, su alma se fragmentó. Una parte más bondadosa de él se desprendió y encontró un nuevo hogar: un niño recién nacido sin alma, Bruno Breñal. La influencia de Astaroth en este niño marcaría su destino, llevándolo por un camino de oscuridad y confusión.
Astaroth, ahora dividido, persigue incansablemente su venganza contra Baal, mientras lucha con la dualidad de su naturaleza: la rabia por la pérdida de su maestro y la esperanza de una redención que parece inalcanzable. En su viaje, se encuentra con muchos obstáculos, pero siempre sigue adelante, buscando la paz para su alma rota.
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